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jueves, 26 de junio de 2014

EL ENCANTO DE LA MINA DE ORO

EL ENCANTO DE LA MINA DE ORO


¿Sabes?. Dicen que por arriba... ¿Ves aquella cumbre?

En ese sitio, pero...¿lo ves bien?. Ahí donde dos piedras se perfilan solas para el azul del aire.
Ahí hay una cueva.
Por delante de ella pasaban Juan Pisero y Manuel Naqué, arrieros que iban hacia el pueblo de Lachaqui; a media noche.

Trotando, tropezando con las piedras, ligeros, avanzaban ganando curvas y cuestas, cuando repentinamente, escucharon el balar de corderillos.
¡Qué!
Se acercaron sigilosos, casi con temor, a la boca de la cueva.

...Y vieron, asombrados, refulgir de pelambre blanca, más que luceros brillaba, chillido de colores en cientos de pequeños corderillos.
¡Qué raro! ¿De quienes serán tantos animales lindos?
Y pasaron apresurados.

Pero cuando habían avanzado hasta la esquina de la tierra amarilla, dijeron:  ¿Por qué no nos llevamos a uno o dos corderillo?. No hemos visto a ningún ovejero cerca, ni perro, ni nada.
-Claro, buena idea- se pusieron de acuerdo.
Y volvieron corriendo hacia la cueva.
En la cueva no había nada ni nadie. La suerte se les había ido de las manos y ella se presenta una sola vez en la vida.

Entonces los arrieros retomaron el camino y presurosos treparon la cumbre.
¡Es encanto! Se dijeron, ¿de qué será?.

En esa cueva dicen que hay una mina de oro, que los corderillos son de oro y quien coja uno tendrá un tesoro; pero hasta ahora nadie ha tenido tal suerte.
¿Escuchas?
Es el  balar de los corderillos. Es que todos somos arrieros.
Así es.
Por aquella cumbre queda la cueva, no hay que olvidar.

miércoles, 19 de febrero de 2014

EL MARCAYOC Y SU RELACION CON EL ORO


EL MARCAYOC
Todos los pueblos primitivos del Perú guardaron celosamente la memoria del marcayoc o fundador, al que rendían culto sacro y votivo. En las relaciones de idolatrías del Arzobispo Villagómez, se dice que todos los pueblos indios tienen ídolos de piedra "que eran los fundadores o patronos de pueblos a quien llaman marcayoc o marcachacra, que ellos suponen que era el primero que pobló aquella tierra"1 .
En el caso del Cuzco, la ciudad solar y vértice del Imperio, no era posible que se perdiese el recuerdo del marcayoc progenitor y fundador. Las tradiciones históricas y los mitos más remotos señalan a Manco Cápac como el fundador del Cuzco y de la primacía incaica. Algunos historiadores suspicaces le han negado existencia real y le han considerado como personaje mítico y legendario. Riva Agüero refutó, contundentemente, a González de la Rosa, que representa la tesis escéptica y nihilista. No importa que la momia de Manco, como la de Yahuar Huaca, no apareciese en la pesquisa hecha por Polo de Ondegardo de los mallquis incaicos. Estaba, en cambio, su bulto o guauqui, como los de los otros Incas, que era reverenciado como imagen rediviva de su figura humana o de su totem protector y estaba, sobre todo, la descendencia misma de dicho Inca, la Chima panaca, conservada y respetada como el ayllu primogénito o la más rancia de las viejas estirpes imperiales cuzqueñas. Fue Manco Cápac, sin duda, personaje real e histórico, de magnífica pujanza vital, paradigma heroico de su raza y héroe civilizador, al que el respeto y la gratitud de su casta revistió luego, por la obra alucinadora de la tradición oral, de relieves legendarios y míticos, que siempre cortejan en la historia al personaje arquetípico. Manco aparece, así, en todas las tradiciones y cantares cuzqueños con los arreos simbólicos de los héroes epónimos. Cieza le hace surgir en el horizonte de la marca primitiva, teniendo al fondo el cerro de Guanacaure, levantando los ojos al cielo y siguiendo el vuelo de las aves y las señales de las estrellas, para hundir en la tierra la barreta civilizadora. Molina refiere que el dios Sol lo llamó y le dio por insignia y armas el suntur paucar o airón de plumas y el champi, los supremos y divinizadores atributos de los Incas. En los cantares quechuas, que recogió Sarmiento de Gamboa, Manco lleva, en una petaca de paja, el pájaro o halcón totémico llamado indi o inti, reverenciado como símbolo del Sol, y el yauri o estaca de oro que hiende las tierras fértiles. En su cortejo marchan su mujer Mama Ocllo y las tres parejas que completan el número mítico de cuatro, llevando los topacusis o vasos de oro y el napa o llama sagrada. Manco instituye las danzas y las fiestas rituales el huarachico y el capacraymi, la ceremonia de horadar las orejas a los donceles nobles y el rito para llorar a los muertos, "imitando el crocitar de las palomas". El indio Santa Cruz Pachacuti recoge la misma figura legendaria del Inca que avanza entre prodigios –derribando cerros, volando con alas de piedra o petrificando enemigos– desde el Collao hacia el mediodía, portando el topayauri o cetro que le diera el dios Tonapa. Manco y sus tres compañeros se detienen en el Cuzco cuando surge ante ellos el signo promisor del arco iris –que sus sucesores llevarían como estandarte– y al darse con el destino definitivo de su raza entonan el cantar de chamaiguarisca o "cantar de pura alegría", que podría ser el himno nacional del Imperio.
Ninguna de estas poetizaciones, que también surgieron sobre otros Incas –principalmente, sobre Pachacútec–, reducen, proviniendo de un pueblo crédulo y agorero, la personalidad histórica de Manco Cápac y la certeza de sus hazañas vitales. Manco Cápac existió realmente. Podrá dudarse si fue de raza quechua o aymara, o de la cronología de su reinado; pero fue héroe de carne y hueso y el jefe de los ayllus que ocuparon el Cuzco tras de la odisea de Paccarectampu a Guanacaure y el valle sagrado. Es inútil que los historiadores traten de saber si fue quechua o aymara, cuando los propios indios, sus descendientes, le hacían hijo del Sol y de la Luna o declaraban que "no tuvo pueblo, ni chácara, ni casta o antigualla pacarimoc". El nombre Manco no tiene explicación en quechua, según Garcilaso, aunque Cápac signifique poderoso o rico, en quechua y en aymara y mallco, según Uhle, sea "señor de vasallos" en aymara. No cabe, tampoco, aceptar la tesis del sutil investigador Latcham, quien piensa que los Ayar, nombre que significa "difunto", habían muerto cuando sus tribus llegaron al Cuzco y que, por lo tanto, ni Manco ni sus compañeros collas vieron jamás la ciudad del Sol. Para la tradición secular incaica, Manco Cápac fue el inconfundible fundador o marcayoc del Cuzco de los Incas.
Entre los signos históricos innegables de la personalidad histórica de Manco Cápac están los hechos de que en el Cuzco se le señaló siempre unánimemente, como el fundador de la ciudad e iniciador de la dinastía incaica, y de que se veneró, además, por una tradición persistente, los sitios donde Manco fundó el templo de Inticancha, el de Colcampata que fue su morada o el sitio en que dormía su mujer, Mama Ocllo. Además de estos recuerdos locales se conservó la versión de que fue Manco quien enseñó la labranza de la tierra y el uso del arado, estableció el culto del Sol y forjó las leyes y las grandes instituciones y ceremonias rituales del Imperio. Con tan firmes lauros la figura de Manco vence las nieblas de la leyenda y adquiere vigor y prestancia reales. Es el fundador del Cuzco y de la estirpe de los Incas y preside, como desde un pórtico majestuoso y monolítico, toda la primera historia peruana.
Manco fue, pues, el personaje real e histórico que fundó el Cuzco y aun le dio, según la tradición, su nombre perdurable. El Cuzco, antes de la llegada de Manco, estaba ocupado, según el testimonio veraz de Betanzos, en gran parte por "un tremedal o ciénaga" y no había en el valle del Huatanay sino pueblos pequeños de "hasta veinte o treinta casas pajizas y muy ruines". Huamán Poma dice que este caserío antiguo se llamó Acamama.
Manco cumple la función sinoicista, allanando obstáculos y juntando pueblos. De ahí, acaso, el nombre mismo del Cuzco, sobre el que vacila la ciencia lingüística. Garcilaso afirmó que "Cozco, en la lengua particular de los Incas, quiere decir ombligo o centro del mundo". También se ha dicho modernamente, por Escalante, que proviene de Cejasco, que significa pecho o corazón. Pero González Holguín, uno de los más ilustres quechuistas, afirmó en los mismos días de Garcilaso, en su Vocabulario prócer, dictado, según él, por los mismos indios del Cuzco quecusquini significa "allanar el terreno" y también "allanar dificultades, unir y establecer una concordia". Todo esto se conjuga con la tarea de Manco, que vino a enseñar ese arte supremo de los Incas, del que dijo Cornejo que "enseñaron a unir las piedras para levantar fortalezas y a soldar las tribus para crear imperios". Esto coincide con la voz de otros cronistas indianistas o indios. Montesinos dice que a Manco le pareció bien el lugar para fundar una ciudad y señalando un amontonamiento de piedras dijo que lo hiciesen "en esos Cuzcos" y que hubo que allanarlos "y este término de allanar se dice por este verbo cozcoani, cozcochanqui o chanssi y de aquí se llamó Cuzco". Sarmiento de Gamboa dice que el lugar al que llegaron los Ayar, y donde Ayar Auca se petrificó y convirtió en hito de posesión, "se llama Cozco" y que "de ahí le quedó el nombre hasta hoy". Ayar Auca Cuzco huanca –o sea Ayar Auca hito de piedra– fue un proverbio incaico. También se dijo que el lugar de enterramiento de uno de los Ayar, donde lloraron los Incas, fue este del Cuzco, "que significa triste y fértil". Y el indio collagua Santa Cruz Pachacuti, dice que, cuando Manco llegó al sitio del Coricancha, había dos manantiales que los naturales de allí –Alcahuisas, Culinchimas y Cayaocachis– llamaban Cuzcocassa o Cuzco rumi y "de alli se vino a llamarse Cuzco pampay y los ingas que después se intitularon cuzco-capac o cuzco-ynca". El cronista cuzqueño Mogrovejo de la Cerda apunta que Cuzco quiere decir "pintura de colores" como alusión a los matices del sitio florido en que se fundó.
Manco vivió y murió, según Sarmiento, en Inticancha o en Cayacachi según Santillán. Su tarea urbanística fue la de juntar pueblos, trazar la nueva ciudad y vencer la tierra estéril. Manco fundó la casa del Sol o Coricancha, dividió la vieja ciudad, por sus cifras mágicas y simbólicas, en cuatro partes, que fueron Quinticancha, Cumbicancha, Sayricancha y Yarambaycancha. Las razones de la elección del sitio se hallan indicadas al hablar del marco geográfico. Habría que agregar a ellas la existencia de "una fuente salobre para hacer sal", que recuerda Garcilaso.
Así nació entre señales del cielo y prodigios míticos, intuiciones telúricas y faenas humanas civilizadoras, el Cuzco de Manco, al pie del Sacsayhuaman y junto a la laguna o tremedal que ocupaba la plaza de Cusipata –hoy día cubierta por los portales del Poniente y por el Hotel de Turistas– y la gran hazaña urbanística de la primera dinastía, de los sucesores de Manco, será la de vencer el pantano y, a través de él, tender los canales y primeras calzadas por donde se expandirá el Imperio hacia el Contisuyo.

lunes, 9 de diciembre de 2013

palacios y tesoros incaicos

PALACIOS Y TESOROS INCAICOS
Tanto como el esplendor del Coricancha fue, a medida que crecía el poderío incaico, el fausto y el derroche en los palacios incaicos. El Inca y sus servidores resplandecen de oro y pedrerías. El Inca y su corte visten con camisetas bordadas de oro, purapuras, diademas y ojotas de oro. La vajilla del Inca y de los nobles es toda de oro. "Todo el servicio de la casa del rey –dice Cieza–,así de cántaros para su uso como de cocina, todo era de oro y plata". Beber en vaso de oro era hidalguía de señores y signo de paz. De oro eran los atambores y los instrumentos de música, engastados en pedrería. El Inca Pachacútec dio en usar, después de su triunfo, en vez de la borla de lana encarnada de sus antepasados, una mascapaicha cuajada de oro y de esmeraldas. El asiento del Inca o tiana, escaño o silla baja, que era de oro macizo de 16 quilates "guarnecido de muchas esmeraldas y otras piedras preciosas" y fue el trofeo de Pizarro en Cajamarca, valió 25 mil ducados de buen oro, según Garcilaso. La litera del Inca o andas cargadas por 25 hombres eran –según los cargadores del Inca, con quienes Cieza habló– tan ricas, "que no tuvieran precio las piedras preciosas tan grandes y muchas que iban en ellas, sin el oro de que eran hechas".
La opulencia de los palacios incaicos tendía, además, a ser eterna. No perece, y se dispersa como la de los monarcas occidentales, con la muerte. Cada Inca al morir deja intacto su palacio, con su vajilla y joyas que su sucesor no podrá tocar. El nuevo Inca deberá edificar nuevo palacio y mandar a los orfebres de todo el reino que le fabriquen nuevos cántaros y tupus y diademas. Cada palacio incaico queda, así, como un museo o joyel de los antiguos Incas: en él se custodia, además, por su clan o panaca, su busto o quaoqui fundido en oro, mientras su momia hace guardia junto a sus antecesores en la capilla del Sol del Coricancha. En Písac, en "una bóveda de tres salas", estaba el tesoro fabuloso de Pachacútec; en Chincheros el de Túpac Yupanqui y los de Huayna Cápac, en Caxana y en Yucay. El oro del triunfo se convierte, así, en oro ritual y en prisionero del fatum incaico; por ello, según el cronista Pedro Pizarro, "la mayor parte de la gente y tesoros y gastos y vicios estaba en poder de los muertos", al punto de que el Inca Huáscar, poseído de un demoníaco y fatídico propósito, anunció que habría de mandar enterrar a todos los bultos de los Incas, porque los muertos y no los vivos "tenían lo mejor de su reino".