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sábado, 28 de junio de 2014

Fiebre del Oro Amenaza la Amazonia

El precio record que ha alcanzado el mineral tiene una insólita víctima: la biodiversidad de las selvas tropicales de la Amazonía peruana.


Tras la crisis del año 2008, muchos inversores se vieron obligados a poner su dinero en un eterno bastión de seguridad económica: el oro. Esto significó que miles de mineros ilegales han invadido la región deMadre de Dios, en la parte suroriente de Perú. Recibe este nombre del río Madre de Dios, de cuya cuenca son afluentes la mayor parte de los ríos de la zona.
La minería ilegal ha causado una catástrofe en las selvas tropicales vírgenes y los sistemas fluviales, incluyendo algunas de las reservas naturales más importantes de Perú. Los mineros ilegales utilizantécnicas primitivas de la minería para lograr extraer enormes cantidades de oro de los suelos arenosos, que destellan llenos de partículas del metal precioso. Mientras extraen el mineral, el veneno de la tabla de agua con mercurio y la tosca extracción provocan agujeros tóxicos en la selva virgen.
Según Jorge Herrera, director del programa del sur del Amazonas para el World Wildlife Fund, “se trata de una zona de desastre” donde “el coste ambiental es muy alto. Eso se debe en parte a las técnicas utilizadas, pero también a la biodiversidad irremplazable que alberga esta región”.
Se calcula que el número de mineros en Madre de Dios oscilan entre los 40.000 y 50.000 y, de acuerdo a la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA), tan sólo el 3% de ellos son legales, trabajando en concesiones oficiales con permisos ambientales y equipo autorizado.
Estos mineros ilegales producen casi una quinta parte del total anual del oro de Perú, que alcanza las 175 toneladas métricas. También son los responsables de la destrucción de más de 70 kilómetros cuadrados de selva tropical y, según grupos ambientalistas, provocan un vertido de unas  35 toneladas métricas anuales de mercurio en las corrientes de los ríos y la selva.
Si eso no fuera suficiente,  la minería ilegal ha provocado asentamientos en áreas peligrosas en las profundidades del Amazonas, donde no hay leyes vigentes, proliferan las armas, el alcohol barato y burdeles llenos de prostitutas adolescentes.
“Este asunto es ahora demasiado grande para el gobierno regional”, señala Herrera. “O el Gobierno nacional aborda este problema, o supondrá efectivamente la entrega de Madre de Dios a las bandas criminales, con todo lo que esto implica, no sólo para el medio ambiente, sino para la seguridad pública y el imperio de la ley”.
El Gobierno de Perú tomó enérgicas medidas al respecto el año pasado, que incluyeron varias operaciones conjuntas de la Policía, el Ejercito, la Marina y la Fuerza Aérea, que incautaron y destruyeron equipos de mineros ilegales, incluidas las herramientas de dragado, que violan y alteran los cauces de la selva.
La administración de Ollanta Humala cobra una pequeña suma de dinero por las concesiones mineras –entre 0,5 y 1 dólar por hectárea al año– en contraste con la ganancia de mil dólares que se puede conseguir con la extracción de una onza de oro.
Para una región golpeada por la pobreza y de pocas oportunidades económicas, la mayoría de las familias poseen un integrante del grupo que es minero.
“La minería es una actividad natural en Madre de Dios. El Gobierno tiene que respetarla”, dice Mario Cabrera Villavicencio, vicepresidente de la federación de la principal zona minera. “En Lima, no entienden la realidad de la vida en el Amazonas”.
Pero no todos en Puerto Maldonado, capital del departamento de Madre de Dios, piensan de la misma forma. El ecoturismo crece de forma rápida, con alojamientos en la selva que cada año reciben más visitantes. Los pescadores y comunidades indígenas locales también se oponen de manera enfática a la destrucción del medio ambiente.
En octubre pasado, cientos de manifestantes ocuparon la plaza principal de Puerto Maldonado con letreros y pancartas que decían: “¿Dónde están los fiscales del medio ambiente?” y “¿cuántas onzas [de oro] vale una vida?".
Villevicencio, desde su oficina en Puerto Maldonado, indica que la mayoría de sus miembros son “informales”, no ilegales. “Tienen concesiones, pero el Gobierno regional no ha respondido a sus solicitudes de permisos ambientales”,  dice.
Como sea el caso, para Alan Díaz Carrión, abogado de la SPDA, los mineros están operando en contra de la ley. “Puede que seas el propietario de un coche, pero si no tienes permiso de conducir y conduces, entonces estás infringiendo la ley”, dice Díaz Carrión.
A principios de febrero de 2012, un cambio de gabinete en el Gobierno de Humala dejo como ministro del Medio Ambiente a Manuel Pulgar Vidal, ex jefe de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental, quien ha prometido una nueva ley que otorgará al Estado más poder para detener la minería ilegal.
Cuando todos los mercados están a la espera del debacle financiero, las selvas de Madre de Dios podrían ser nuevamente una víctima más.
Pero los problemas en Madre de Dios no son los únicos que aquejan a Perú. Conocido por todos es el caso de la minera Yanacocha y el Proyecto Conga, en el cual la empresa Newmont Mining Corporation (dueña del 51.35 % de la minera) planea explotar mineral aurífero en Cajamarca, a unos 800 kilómetros de la ciudad de Lima.
Para los pobladores de Cajamarca, que realizaron una gran marcha por el agua que llegó a Lima la semana pasada, el proyecto minero es una amenaza tangible a las cuencas hídricas de la provincia.
A finales de febrero, una comisión integrada por peritos extranjeros evaluará en terreno el Estudio de Impacto Ambiental del proyecto minero. Conga, que fue aprobada en octubre de 2010,  ha sido duramente criticada por los daños que podría causar en las reservas de agua de la zona. Debido a las protestas locales, el Gobierno acordó realizar un peritaje en diciembre pasado.
Es importante destacar que el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC) reconoce en los artículos 11 y 12, el derecho al agua.
Adoptado el 16 de diciembre de 1966, el PIDESC es el principal y único tratado internacional que cubre la totalidad de derechos económicos, sociales y culturales. Constituye junto con la Declaración Universal de Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, la Carta Internacional de Derechos Humanos, fuente de todos los tratados internacionales en materia de derechos humanos.
El PIDESC define y estipula principalmente, como parte integrante e indisociable de los derechos humanos, el derecho a un nivel de vida adecuado (alimentación, vivienda, vestido, etc.), el derecho a la educación, el derecho al trabajo en condiciones justas y favorables, los derechos sindicales y de huelga, el derecho a la salud, un derecho a la seguridad y [a los] seguros sociales y también el derecho a participar en la vida cultural y de beneficiarse del progreso científico.

jueves, 26 de junio de 2014

EL ENCANTO DE LA MINA DE ORO

EL ENCANTO DE LA MINA DE ORO


¿Sabes?. Dicen que por arriba... ¿Ves aquella cumbre?

En ese sitio, pero...¿lo ves bien?. Ahí donde dos piedras se perfilan solas para el azul del aire.
Ahí hay una cueva.
Por delante de ella pasaban Juan Pisero y Manuel Naqué, arrieros que iban hacia el pueblo de Lachaqui; a media noche.

Trotando, tropezando con las piedras, ligeros, avanzaban ganando curvas y cuestas, cuando repentinamente, escucharon el balar de corderillos.
¡Qué!
Se acercaron sigilosos, casi con temor, a la boca de la cueva.

...Y vieron, asombrados, refulgir de pelambre blanca, más que luceros brillaba, chillido de colores en cientos de pequeños corderillos.
¡Qué raro! ¿De quienes serán tantos animales lindos?
Y pasaron apresurados.

Pero cuando habían avanzado hasta la esquina de la tierra amarilla, dijeron:  ¿Por qué no nos llevamos a uno o dos corderillo?. No hemos visto a ningún ovejero cerca, ni perro, ni nada.
-Claro, buena idea- se pusieron de acuerdo.
Y volvieron corriendo hacia la cueva.
En la cueva no había nada ni nadie. La suerte se les había ido de las manos y ella se presenta una sola vez en la vida.

Entonces los arrieros retomaron el camino y presurosos treparon la cumbre.
¡Es encanto! Se dijeron, ¿de qué será?.

En esa cueva dicen que hay una mina de oro, que los corderillos son de oro y quien coja uno tendrá un tesoro; pero hasta ahora nadie ha tenido tal suerte.
¿Escuchas?
Es el  balar de los corderillos. Es que todos somos arrieros.
Así es.
Por aquella cumbre queda la cueva, no hay que olvidar.

LA MINA DE LA MUERTE EN PERU

LA MINA DE LA MUERTE EN PERÚ

En las cercanías de la localidad de Santa Bárbara, a pocos kilómetros de Huancavelica, existe una mina llamada “Mina de la Muerte”, porque en ella murieron trabajando, miles de miles de pobladores de diferentes localidades de Huancavelica y de otros lugares lejanos. Cuenta la historia que los españoles llegaron a esta localidad de Huancavelica, al descubrir un enorme yacimiento de Azoque, el cual era muy valioso, porque gracias a este mineral, se podían separar los minerales extraídos en otras minas del pais, en la que están el Oro y la Plata.
Al llegar la República, esta mina siguió funcionando, pero con poca menor actividad, hasta que se llego a cerrar por completo. Por esas fechas se cuenta que existía en el interior de la “mina de la muerte”, un hombrecito que lo llamaban MUQUI, y alguno de los pobladores de la zona lo vieron sosteniendo en la mano, una pequeña lámpara de carburo, abrigado con un poncho hecho de lana de vicuña., tenía en la cabeza dos pequeños cuernos relucientes y hablaba con voz suave. Este personaje era el más celoso guardián de la mina. Cuando los lugareños entraban a trabajar, tenían que dejarle Coca, Cigarro Inca y su botella de traguito, porque sino, él no dejaba trabajar y ocurrían derrumbes.
Por esa época, también vivía un hombrecito llamado Sebastián, el cual vivía con sus cinco hijos, el mayor tenia 10 años, Sebastián trabajaba en la mina, y nunca había visto al MUQUI y como no lo había visto el decía que no creía que existía. Un día, al entrar solo a trabajar, vio por el fondo del socavón la sombra de un pequeño que corría, al percatarse, Sebastián lo siguió, corrió pensando que ese niño estaba perdido, hasta que se dio cuenta que había entrado demasiado dentro de la mina, lugar donde los trabajadores nunca habían entrado por el temor de los derrumbes. Es allí donde el Muqui se le presenta y le dice. Ahhhhh dices que yo no existo, entonces por no creer en mí, tú nunca podrás salir de esta Mina.

Sebastián, asustado y lloroso le ruega al hombrecito que lo deje salir, pero él le dice que sin su ayuda nunca podrá encontrar el camino de vuelta. El Muqui, le pregunta, ¿que es lo que tienes para que puedas darme? a lo que Sebastián le responde: nada Muqui nada, soy muy pobre y solo quiero salir porque me esperan mis hijos, y ellos deben estar con mucha hambre, a lo que el MUQUI le contesta, quien como tu que alguien te espera, en cambio yo, vivió en las profundidades de esta mina, cuidando el tesoro que nunca descubrieron el Españoles. Yo te veo sincero y bueno, ve con tu familia y llévate esta piedra como recuerdo de nuestro encuentro.


Al salir del socavón, Sebastián corrió donde se encontraban sus hijos a contarles lo sucedido, al llegar a casa sacó de su bolso la piedra que le había regalado, cual fue su sorpresa que era Oro puro. Enterados de la noticia los lugareños, entraron con todos los instrumentos para buscar la veta del Oro, la cual hasta la fecha nunca se encontró.
Desde esa fecha Sebastián y sus hijos siempre que pasan por la boca Mina del socavón, dejan Coca, Cigarro Inca y una botellita de Trago. 

miércoles, 19 de febrero de 2014

EL MARCAYOC Y SU RELACION CON EL ORO


EL MARCAYOC
Todos los pueblos primitivos del Perú guardaron celosamente la memoria del marcayoc o fundador, al que rendían culto sacro y votivo. En las relaciones de idolatrías del Arzobispo Villagómez, se dice que todos los pueblos indios tienen ídolos de piedra "que eran los fundadores o patronos de pueblos a quien llaman marcayoc o marcachacra, que ellos suponen que era el primero que pobló aquella tierra"1 .
En el caso del Cuzco, la ciudad solar y vértice del Imperio, no era posible que se perdiese el recuerdo del marcayoc progenitor y fundador. Las tradiciones históricas y los mitos más remotos señalan a Manco Cápac como el fundador del Cuzco y de la primacía incaica. Algunos historiadores suspicaces le han negado existencia real y le han considerado como personaje mítico y legendario. Riva Agüero refutó, contundentemente, a González de la Rosa, que representa la tesis escéptica y nihilista. No importa que la momia de Manco, como la de Yahuar Huaca, no apareciese en la pesquisa hecha por Polo de Ondegardo de los mallquis incaicos. Estaba, en cambio, su bulto o guauqui, como los de los otros Incas, que era reverenciado como imagen rediviva de su figura humana o de su totem protector y estaba, sobre todo, la descendencia misma de dicho Inca, la Chima panaca, conservada y respetada como el ayllu primogénito o la más rancia de las viejas estirpes imperiales cuzqueñas. Fue Manco Cápac, sin duda, personaje real e histórico, de magnífica pujanza vital, paradigma heroico de su raza y héroe civilizador, al que el respeto y la gratitud de su casta revistió luego, por la obra alucinadora de la tradición oral, de relieves legendarios y míticos, que siempre cortejan en la historia al personaje arquetípico. Manco aparece, así, en todas las tradiciones y cantares cuzqueños con los arreos simbólicos de los héroes epónimos. Cieza le hace surgir en el horizonte de la marca primitiva, teniendo al fondo el cerro de Guanacaure, levantando los ojos al cielo y siguiendo el vuelo de las aves y las señales de las estrellas, para hundir en la tierra la barreta civilizadora. Molina refiere que el dios Sol lo llamó y le dio por insignia y armas el suntur paucar o airón de plumas y el champi, los supremos y divinizadores atributos de los Incas. En los cantares quechuas, que recogió Sarmiento de Gamboa, Manco lleva, en una petaca de paja, el pájaro o halcón totémico llamado indi o inti, reverenciado como símbolo del Sol, y el yauri o estaca de oro que hiende las tierras fértiles. En su cortejo marchan su mujer Mama Ocllo y las tres parejas que completan el número mítico de cuatro, llevando los topacusis o vasos de oro y el napa o llama sagrada. Manco instituye las danzas y las fiestas rituales el huarachico y el capacraymi, la ceremonia de horadar las orejas a los donceles nobles y el rito para llorar a los muertos, "imitando el crocitar de las palomas". El indio Santa Cruz Pachacuti recoge la misma figura legendaria del Inca que avanza entre prodigios –derribando cerros, volando con alas de piedra o petrificando enemigos– desde el Collao hacia el mediodía, portando el topayauri o cetro que le diera el dios Tonapa. Manco y sus tres compañeros se detienen en el Cuzco cuando surge ante ellos el signo promisor del arco iris –que sus sucesores llevarían como estandarte– y al darse con el destino definitivo de su raza entonan el cantar de chamaiguarisca o "cantar de pura alegría", que podría ser el himno nacional del Imperio.
Ninguna de estas poetizaciones, que también surgieron sobre otros Incas –principalmente, sobre Pachacútec–, reducen, proviniendo de un pueblo crédulo y agorero, la personalidad histórica de Manco Cápac y la certeza de sus hazañas vitales. Manco Cápac existió realmente. Podrá dudarse si fue de raza quechua o aymara, o de la cronología de su reinado; pero fue héroe de carne y hueso y el jefe de los ayllus que ocuparon el Cuzco tras de la odisea de Paccarectampu a Guanacaure y el valle sagrado. Es inútil que los historiadores traten de saber si fue quechua o aymara, cuando los propios indios, sus descendientes, le hacían hijo del Sol y de la Luna o declaraban que "no tuvo pueblo, ni chácara, ni casta o antigualla pacarimoc". El nombre Manco no tiene explicación en quechua, según Garcilaso, aunque Cápac signifique poderoso o rico, en quechua y en aymara y mallco, según Uhle, sea "señor de vasallos" en aymara. No cabe, tampoco, aceptar la tesis del sutil investigador Latcham, quien piensa que los Ayar, nombre que significa "difunto", habían muerto cuando sus tribus llegaron al Cuzco y que, por lo tanto, ni Manco ni sus compañeros collas vieron jamás la ciudad del Sol. Para la tradición secular incaica, Manco Cápac fue el inconfundible fundador o marcayoc del Cuzco de los Incas.
Entre los signos históricos innegables de la personalidad histórica de Manco Cápac están los hechos de que en el Cuzco se le señaló siempre unánimemente, como el fundador de la ciudad e iniciador de la dinastía incaica, y de que se veneró, además, por una tradición persistente, los sitios donde Manco fundó el templo de Inticancha, el de Colcampata que fue su morada o el sitio en que dormía su mujer, Mama Ocllo. Además de estos recuerdos locales se conservó la versión de que fue Manco quien enseñó la labranza de la tierra y el uso del arado, estableció el culto del Sol y forjó las leyes y las grandes instituciones y ceremonias rituales del Imperio. Con tan firmes lauros la figura de Manco vence las nieblas de la leyenda y adquiere vigor y prestancia reales. Es el fundador del Cuzco y de la estirpe de los Incas y preside, como desde un pórtico majestuoso y monolítico, toda la primera historia peruana.
Manco fue, pues, el personaje real e histórico que fundó el Cuzco y aun le dio, según la tradición, su nombre perdurable. El Cuzco, antes de la llegada de Manco, estaba ocupado, según el testimonio veraz de Betanzos, en gran parte por "un tremedal o ciénaga" y no había en el valle del Huatanay sino pueblos pequeños de "hasta veinte o treinta casas pajizas y muy ruines". Huamán Poma dice que este caserío antiguo se llamó Acamama.
Manco cumple la función sinoicista, allanando obstáculos y juntando pueblos. De ahí, acaso, el nombre mismo del Cuzco, sobre el que vacila la ciencia lingüística. Garcilaso afirmó que "Cozco, en la lengua particular de los Incas, quiere decir ombligo o centro del mundo". También se ha dicho modernamente, por Escalante, que proviene de Cejasco, que significa pecho o corazón. Pero González Holguín, uno de los más ilustres quechuistas, afirmó en los mismos días de Garcilaso, en su Vocabulario prócer, dictado, según él, por los mismos indios del Cuzco quecusquini significa "allanar el terreno" y también "allanar dificultades, unir y establecer una concordia". Todo esto se conjuga con la tarea de Manco, que vino a enseñar ese arte supremo de los Incas, del que dijo Cornejo que "enseñaron a unir las piedras para levantar fortalezas y a soldar las tribus para crear imperios". Esto coincide con la voz de otros cronistas indianistas o indios. Montesinos dice que a Manco le pareció bien el lugar para fundar una ciudad y señalando un amontonamiento de piedras dijo que lo hiciesen "en esos Cuzcos" y que hubo que allanarlos "y este término de allanar se dice por este verbo cozcoani, cozcochanqui o chanssi y de aquí se llamó Cuzco". Sarmiento de Gamboa dice que el lugar al que llegaron los Ayar, y donde Ayar Auca se petrificó y convirtió en hito de posesión, "se llama Cozco" y que "de ahí le quedó el nombre hasta hoy". Ayar Auca Cuzco huanca –o sea Ayar Auca hito de piedra– fue un proverbio incaico. También se dijo que el lugar de enterramiento de uno de los Ayar, donde lloraron los Incas, fue este del Cuzco, "que significa triste y fértil". Y el indio collagua Santa Cruz Pachacuti, dice que, cuando Manco llegó al sitio del Coricancha, había dos manantiales que los naturales de allí –Alcahuisas, Culinchimas y Cayaocachis– llamaban Cuzcocassa o Cuzco rumi y "de alli se vino a llamarse Cuzco pampay y los ingas que después se intitularon cuzco-capac o cuzco-ynca". El cronista cuzqueño Mogrovejo de la Cerda apunta que Cuzco quiere decir "pintura de colores" como alusión a los matices del sitio florido en que se fundó.
Manco vivió y murió, según Sarmiento, en Inticancha o en Cayacachi según Santillán. Su tarea urbanística fue la de juntar pueblos, trazar la nueva ciudad y vencer la tierra estéril. Manco fundó la casa del Sol o Coricancha, dividió la vieja ciudad, por sus cifras mágicas y simbólicas, en cuatro partes, que fueron Quinticancha, Cumbicancha, Sayricancha y Yarambaycancha. Las razones de la elección del sitio se hallan indicadas al hablar del marco geográfico. Habría que agregar a ellas la existencia de "una fuente salobre para hacer sal", que recuerda Garcilaso.
Así nació entre señales del cielo y prodigios míticos, intuiciones telúricas y faenas humanas civilizadoras, el Cuzco de Manco, al pie del Sacsayhuaman y junto a la laguna o tremedal que ocupaba la plaza de Cusipata –hoy día cubierta por los portales del Poniente y por el Hotel de Turistas– y la gran hazaña urbanística de la primera dinastía, de los sucesores de Manco, será la de vencer el pantano y, a través de él, tender los canales y primeras calzadas por donde se expandirá el Imperio hacia el Contisuyo.

La segunda fundación del Cuzco y el oro

LOS TAMPUS
La primera onda civilizadora fue, según Riva Agüero, que coordina los datos de Sarmiento, la de los Maras, la segunda la de los Sutic o Tampus (gente conocida), descendientes de los Sahuasiray y los Antasayas, y la tercera la de los Ayar. Estos les quitan las tierras y aguas a los Huallas, que se desplazan, derrotan a Copalimayta y Sahuasiray y ocupan el área comprendida entre los dos ríos. Diez ayllus legionarios se reparten el área del Cuzco... Según Valcárcel los Huallas quedan en la cuesta de San Blas, los Antasayas en las colinas septentrionales, los Sahuasiray al lado del futuro Coricancha y los Alcavizas hacia Santa Clara. Los Tampus, indiscutiblemente quechuas, son los que quedan por vencedores. Los himnos de los Incas dirán, más tarde, en el apogeo imperial: "Dios proteja a los Incas y a los Tampus, vencedores y despojadores de toda la tierra". Los Tampus son del más antiguo linaje del mundo después de Dios, dijeron al padre Acosta los quipucamayos cuzqueños.
La segunda fundación del Cuzco se halla mezclada a los ritos de la fertilidad y del oro que perduran en las leyendas del Titicaca y de Paccarectampu –la posada del amanecer– y la llegada de las cuatro parejas simbólicas con sus alabardas resplandecientes y sus hondas que derriban cerros, para implantar en la tierra predestinada el maíz y la papa nutricios de la grandeza del Imperio.

El camino seguido por los segundos fundadores del Cuzco, ya sea la pareja simbólica de Manco Cápac y de Mama Ocllo o las cuatro parejas de los hermanos Ayar, viene del Sur, del lago sagrado o de las tres ventanas simbólicas de Tamputocco o Paccarec-tampu y trae un mensaje civilizador. Los etnólogos creen que los nombres de los Ayar corresponden a productos vegetales introducidos o preferidos por ellos al entrar al Cuzco: Ayar Cachi representaría la sal, Ayar Uchu el ají, Ayar Auca el maíz tostado. Betanzos aclara que en el camino hacia el Cuzco los Ayar implantaron el cultivo de la papa en el valle de Guanacaure y hallaron en un pueblo pequeño de los Alcavizas el cultivo de la coca y el ají. Eran portadores, además, del providencial recurso de la llama, pues Molina habla de que usaban adornos y vajillas de oro y de que llevaban la napa o llama con la gualdrapa o aparejo rojo con que más tarde la sacrificarían en las fiestas del Imperio, en recuerdo de los Ayar. Estos pueblos quechuizados –o que hablaban ya la lengua quechua, que trasciende en todos los nombres de la leyenda– traían, por último, como procedentes que eran de la región del Titicaca, todo el legado arquitectónico de la épocas megalíticas de Tiahuanaco, lo que explicaría la similitud que algunos arqueólogos encuentran entre la parte baja de Sacsayhuaman y las construcciones del lago.

EL CUZCO PREINCAICO

EL CUZCO PREINCAICO
La tradición oral de los Incas, celosa de su predominio político y cultural, ahogó todo recuerdo anterior a la aparición de Manco y toda alusión a las tribus poseedoras del sitio del Cuzco, lo que descubrieron las investigaciones del virrey Toledo en la propia ciudad imperial y sus tribus aledañas.
No es posible fijar cronológicamente el momento en que, sobre el herbazal de la marca primitiva, se hincó el primer usnu o piedra de la justicia, se trazó el cuadro inicial del Aucaypata o ágora india y surgió el perfil en talud de la primera pucara o huaca, fortaleza o templo, que habían de servir de centro a la ciudad futura. La dubitante tradición oral recogida por Toledo y la nomenclatura confusa de los ayllus primitivos, conservada por Sarmiento de Gamboa, nos permiten vislumbrar que fueron los Huallas, alfareros y sacrificadores de llamas, los primeros pobladores de la urbe sagrada. Junto a ellos y a la "fuente de agua salobre para hacer sal", se situaron en las tierras más fértiles los Poques y los Lares. Se discute si fueron quechuas, aymaras o puquinas. Uhle y Latcham, principalmente, sostienen el origen colla de estas tribus y su lengua aymara, en tanto que Riva Agüero defiende ardorosamente su quechuismo y Middendorf busca la procedencia colla o puquina. De cualquier modo que sea, traducidos al quechua, al aymara o al puquina, aparecen siempre como hombres rudimentarios y desdeñados por los Incas. En quechua hualla significa depravado o desordenado, poje, primerizo y lares, gente cimarrona y sin gobierno. En arawak poque es tonto y lari, montubio o cimarrón. Los Huallas habitaron en la parte de San Blas y la Recoleta. Betanzos nos dice que el Cuzco preincaico antes de la llegada de Manco estaba ocupado en gran parte por "un tremedal o ciénaga" y que no había en el valle de Huatanay sino pueblos pequeños de "hasta treinta casas pajizas y muy ruines".

El Cuzco de los Incas y el oro

El Cuzco de los Incas

EL MARCO GEOGRÁFICO

Ni la arqueología ni la historia han logrado hasta ahora arrancar a la naturaleza, ni a los restos materiales o humanos del pasado, el secreto de los orígenes del Cuzco. Este permanece, todavía, inexcrutablemente adherido a los dominios del mito y de la leyenda. No se ha determinado aún la circunstancia histórica precisa en que surgió a la vida histórica "la gran ciudad del Cuzco", el eje de la tierra andina, la urbe imperial de la América prehistórica meridional, cabeza de todas las ciudades del Virreinato austral bajo el régimen español y, en el refluir eterno de la grandeza, capital arqueológica de nuestro creciente panamericanismo científico y democrático.
La explicación del surgimiento y grandeza del Cuzco hay que inducirla de las permanentes sugestiones del marco geográfico. La vocación imperial del Cuzco nace, acaso, de su posición intermedia, topográfica y atmosférica, que condiciona las calidades del paisaje y del hombre y el destino social y urbano de la región. El Perú es, según Squier, un país de hoyadas próvidas, en medio de mesetas desoladas, de montañas nevadas, de gargantas profundas, murallas de cerros y de montes, de bosques y desiertos. En el fondo quieto y tibio de esas hoyadas de la costa o de la sierra, más templado que el árido terreno circundante, ha nacido la civilización. El Cuzco está en una de esas hoyadas de la puna en los Andes del Sur del Perú, entre la Cordillera Occidental y Oriental, más echado a la Oriental, entre las hoyas del Vilcanota y del Apurímac, en un límite isotérmico, geográfico y etnográfico que decide su destino nuclear.
La altura del Cuzco es ya la altura de la puna. Está a 3,350 metros rodeado de cerros nevados, en la parte más elevada del valle y en los declives de tres altas colinas donde convergen tres ríos –el Tulumayo, el Huatanay y el Chunchulmayo– como los dedos de una mano abierta. No obstante esta altura el clima es duro y severo, "fresco pero no frígido". Garcilaso, elogiándole, dice que el temple es más bien frío que caliente, pero no tan inclemente que obligue a buscar fuego para calentarse, porque basta entrar a un aposento donde no corra aire para perder el frío. En cambio, como el aire es frío y seco, no se corrompe la carne ni hay moscas. Y Sarmiento de Gamboa, haciendo el elogio de la tierra que aposentó a los Incas, dice que es "de enjutos mantenimientos e incorruptos aires". Y, anticipando lecciones de geopolítica sobre el marco geográfico del Cuzco, dice: "La tierra es escombrada, seca, sin lagos, ni ciénagas, ni montañas de arboledas espesas, que todas esas son causas de sanidad y por esto de larga vida para los habitantes". La tierra fértil y el aire sano predisponían, pues, antes de la historia, al surgimiento de un pueblo recio, grave y tenaz. El fondo del valle, que suaviza el clima, estimularía el desarrollo social.
La geografía regala también al Cuzco con una posición privilegiada para el mantenimiento de sus habitantes y el disfrute de los diversos dones de la tierra que pueden favorecer el surgimiento de un centro metropolitano. El Cuzco está rodeado de fértiles llanuras tributarias y de pastales propicios a la ganadería. En las tierras altas, donde el hombre vive en chozas con muros de piedra y techos de paja, donde la nieve condiciona la altura de los cultivos, donde crece la "tola", vegetación alpina y el hombre se alimenta de patatas, el poblador se dedica al pastoreo y vive aislado e ignorante de la civilización. En los altos valles secos, en los que alternan una estación seca y fría y otra caliente y lluviosa, aparece una débil vegetación de pequeños arbustos, de cactus, de chilcas y de molles, con sus bayas granates y su fronda sagrada, en tanto que, en el fondo del valle, fecundan el maíz, las papas, la quinua, la oca o los frijoles y, después de la colonización española, el trigo, la cebada, los guisantes. El poblador es, en esta región, durante el corto período agrícola, cuando no emigra a otros trabajos mineros o de la costa, agricultor y hombre de ciudad. Toda la vida del agricultor de esta zona y sus fiestas y sus costumbres están regidas por las dificultades del riego y la obtención de la única cosecha anual. Este hombre será el inventor de los andenes y los canales, la lucana (pico) y el huizo (azadón para apoyar el pie). La lucha por la civilización, que dará origen a la organización social y al Imperio, arranca de la sequedad del suelo y de los planes de cultivo e irrigación. La tierra del Cuzco es árida, sólo en apariencia, porque sus páramos son salados y el más leve contacto del agua o del estímulo humano la vuelve fecunda. Al Cuzco le proveen ampliamente de recursos las llanuras fértiles de Anta, del valle del Urubamba, los valles del Cuzco y de Sicuani y ahora las plantaciones de azúcar de Abancay. Los valles orientales sub-tropicales, inmediatos al Cuzco, situado en el borde de los Andes Orientales, le rendirán, también, como tributo imperial, la divina planta de la coca, que será lujo de la vida incaica.
Hay algo, sobre todo, que decide, en lo topográfico, la primacía y la calidad metropolitana del Cuzco y es su posición en un cruce de vías imperiales, por las que habrán de llegar los tributos de los granos, de la lana, de la coca y del oro. El Cuzco está no sólo en el límite del cultivo del trigo y la cebada y del frío seco de la sierra al inhospitalario de la puna, sino que está, también, en un cruce o palca promisorio de caminos y en un límite étnico entre el hombre de la serranía elpuna-runa y el sacha-runa u hombre de la selva. El Cuzco a la vez que hondón en el camino yugular de los Andes, de Norte a Sur, es una de las mejores puertas de ingreso a la selva de la región oriental. Ambas zonas, la selva y la sierra, se hallaron separadas en la época primitiva como ahora, por una muralla infranqueable de montañas, a la vez que por vetos étnicos y telúricos. El hombre de la sierra repudió al sacha-runa u hombre del bosque. Pero del Cuzco parten gargantas profundas que cortan y atraviesan la cordillera, por las que puede llegarse a la región tropical y que son puntos de acceso y de defensa. En las laderas y pendientes que bajan de la puna a la selva surgirán las ciudadelas incaicas de frontera que, como Macchu Picchu, Paucartambo, Pisac y Ollantaytambo, defenderán el avance de los hombres selváticos. El hombre de la selva hará de la madera su principal elemento de expresión en tanto que el de la sierra aprenderá el arte de la piedra. Esta oposición decidirá uno de los derroteros históricos y geográficos del Incario. El súbdito incaico, amante de la simetría y del orden, nacido en una tierra de clásica austeridad y equilibrio, rehuirá el bosque y el pantano, la maleza y el desorden y será un enemigo declarado del Trópico. La arquitectura incaica –dice el argentino Angel Guido– reflejará principalmente el ascetismo del paisaje andino, ajeno por completo al exceso y desequilibrio barrocos del Trópico.
Las fronteras del Imperio cuzqueño se detendrán al Sur, al Norte y al Este, en el momento en que las huestes incaicas, dominadoras de montes y mesetas, se enfrenten con la confusa maraña de los árboles y el húmedo y sofocante hálito del bosque tropical.
Pero el territorio y el clima confabulados le dieron aún al habitante del Cuzco otra presea de triunfo. Los suelos de la puna Sur –dice el gran geógrafo Troll– son de gran riqueza nutritiva y de pastos chicos, de los que se alimentan la llama y la alpaca. Debido a la llama –dice el mexicano Esquivel Obregón– el Perú avanzó un paso más que todos los países de América en la escala de la civilización, por cuanto la ganadería le apartó de una serie de formas rudimentarias de vida. El hombre dejó de ser bestia de carga y con la acémila humana desaparecieron la esclavitud y la antropofagia y disminuyeron los sacrificios humanos, rescatados en el Perú, como en otras partes, por la presencia del ganado. El Imperio incaico vencerá los desiertos y las cumbres al paso ligero de la llama.
A estos desiderata de orden físico habría que agregar los motivos de índole mágica y estética: el culto de las cumbres y el de la influencia solar. Para el hombre del altiplano, acostumbrado al rigor del frío y a la inclemencia del viento de la puna, para el que acaso resultaba demasiado muelle y sedante el fondo cálido de la quebrada, de las tierras llamadas desdeñosamente yunga, acaso si el sereno y ecléctico término medio, la áurea tranquilidad buscada cerca del aire frío y tonificante de la meseta, no estaba en la planicie demasiado abierta, sino en el corazón hermético de la serranía, en un áspero rincón del valle, sobre las laderas de las montañas, en las que el espíritu de la raza pudiera otear, como una utopía, a lo lejos, la perspectiva verde y alegre del valle, pero manteniéndose asido siempre a las rocas, en un afán de soledad y de ascetismo, como el de los nidos de los cóndores.
Este destino geográfico ascensional, este amor de las cumbres es consustancial con el alma del Cuzco y del hombre del Incario, que el forjó a su semejanza, que diviniza los cerros y otea el alma de las montañas, porque ellas le han dado lecciones de severidad y de majestad estoicas. Los cerros o las montañas formaron alrededor del Cuzco como una silenciosa hilera de guardianes a los que el quechua rendirá diaria y reverente pleitesía. Los nombres de los cerros adquirirán prestigio mítico y desde el Cuzco se venerará la cumbre nevada del Ausangate y el Sallcantay, del Pachatusan que sostiene el cielo y el Alperan, el cerro sobre el cual se pone el sol y donde se sacrificaba diariamente una llama, o el cerro Guanacaure, ligado a la leyenda sagrada de los Ayar.
Por ello, este afán de agarrarse a las breñas y de radicar en ellas la esencia de su espíritu, será consustancial con el alma incaica en los días de su mayor apogeo y cuando, en el auge de su civilización, el Cuzco abarque sierra y costa, subsistirá ese agreste destino y la costumbre atávica y señera de considerar "por más hidalgos y nobles" a los de la ciudad de arriba.
El oscuro e inconsciente anhelo de cimas no basta para explicar la decisión inicial. El Cuzco, como otras ciudades milenarias, debió nacer de los variados impulsos que deciden la vida del hombre primitivo, acechado por enemigos visibles e invisibles, defendiéndose y buscando la seguridad en sus armas y en los parapetos naturales de los riscos, pero atento siempre a las inspiraciones de lo sobrenatural y a las misteriosas interpretaciones anímicas del cielo y del contorno geográfico. Los primeros habitantes se cobijarían para defenderse bajo la mole del Sacsayhuaman, pero luego los atarían a la tierra la revelación sagrada de los mitos del Titicaca y de Paccarectambo. El Cuzco debió ser fortaleza y santuario, antes que mercado; debió nacer no de un determinismo rígido de leyes económicas, aún elementales y difusas –abundancia o escasez del ají o de la quínua– sino, más bien, por un fatum religioso y político que presidiría su destino con la ineluctabilidad de los grandes acaeceres históricos y que amarró a la mole del Sacsayhuaman y a la imagen del Inti o divinidad solar de los quechuas el destino de la América indígena meridional.
El Cuzco es, esencialmente, una ciudad de ladera. Rodeado de cerros por todas partes, no se sabe si baja del cerro de Sacsayhuaman al valle o si se ha colgado a la mole de él, en un declive. Partes del Cuzco están prendidas a la montaña y otras descienden en terraplenes y andenes, en una arquitectura típica y originalísima. Toda la historia del Cuzco –la del Hanan Cuzco, tortuoso y accidentado, como la del Hurin Cuzco, llano y rectangular– estará influida por esta posición topográfica. Las ciudades de ladera han sido establecidas principalmente teniendo en cuenta la luz, el sol. Los sociólogos apuntan que los pueblos de montaña escogen las laderas soleadas, las que primero reciben el sol, prefiriéndolas a las laderas sombrías. El Cuzco fue elegido así, teniendo en cuenta la presencia mágica del sol, el milagro cotidiano de la luz. Por eso, acaso, el transporte encendido de José María Arguedas: "Sólo a esa altura de los Andes es posible un valle con ese horizonte y esa luz". Y la comprobación poética del mismo, cuando habla del "cielo de ilimitada hondura, escenario de resplandecientes tránsitos de luz, de esos cambios de claridad y sombra, de fuego dorado y sangriento, con grandes pozos de lobreguez insondable, propios de las regiones altas: abierto e irrenunciable camino a la meditación y a las inmortales empresas".
El Cuzco fue, así, predestinado por la naturaleza para servir de nido caliente de una cultura, de cruce de caminos, crisol de pueblos, acrópolis india y cuadrante de una historia solar.

EL ENIGMA ARQUEOLÓGICO
Discuten los historiadores el origen y la antigüedad de los primeros pobladores del Cuzco anteriores a los Incas, a base de los restos arqueológicos, de las huellas lingüísticas, de la toponimia y de la remota tradición oral recogida por los cronistas españoles. La investigación arqueológica ha dado, hasta ahora, escasos resultados por la superposición en el mismo sitio de las poblaciones preincaica, incaica y española. Para hacer una amplia búsqueda habría que derribar lo incaico subsistente o lo hispánico acoplado a lo incaico o realizar obras mayores de apuntalamiento, que no justificarían seguramente los hallazgos. La pala de los arqueólogos no ha hallado, por lo general, en el recinto del Cuzco y sus lugares aledaños, sino restos característicos de la cultura incaica. Todo lo monumental y espectacular de la región del Cuzco hallado por los españoles –las piedras ciclópeas de Sacsayhuaman, de Ollantay-tambo o de Macchu Picchu– es, según los arqueólogos más autorizados, de época y estilo incaicos.
Los viajeros del siglo XIX distinguieron en los antiguos monumentos del Cuzco y en los de la órbita incaica dos estilos: el estilo ciclópeo o de mampostería de piedras irregulares de gran tamaño, sólidamente encajadas en muros de aspecto imponente y el estilo de piedras rectangulares de forma acanalada, ligeramente convexa y cortada en sesgo hacia los bordes, de modo que se produzca una acanaladura entre los bordes perfectamente ensamblados. Es la mampostería que Humboldt comparó con el corte de piedra llamado bugnato por los italianos y que ostentan las piedras del muro de Nerva en Roma y del palacio Pitti en Florencia. Hubo la tendencia a considerar el estilo ciclópeo, indiscutiblemente más primitivo e incipiente e indiciario de un escaso desarrollo arquitectónico, como más antiguo que el de las piedras isógonas. Markham señaló cinco estilos: primitivo, ciclópeo, poligonal, rectangular almohadillado y pulido isógono. Uhle sugirió que los muros de piedras irregulares y poligonales señalarían el estilo originario del Cuzco. Muestras de esa primitiva arquitectura serían los muros de Colcampata, llamado el palacio de Manco Cápac, los del muro llamado de Hatunrumiyoc o piedra de los doce ángulos, el templo de Pumapuncu –anterior al del Sol, según Cobo– y los muros y andenes de Sacsayhuaman, que debieron ser el primitivo Intihuasi. Fuera del Cuzco corresponderían a este estilo, según Uhle, el templo de Viracocha en Cacha, el templo del Sol en Huaitará y algunas partes de Ollantaytambo. Pertenecerían a este arte de aspecto gigantesco y caótico estructuras internas de prestigio sibilino y esotérico: galerías subterráneas, terrazas superpuestas, escaleras, escondrijos tallados, capillas e hipogeos. Pero la propia observación del área urbana subsistente del Cuzco incaico desbarató la clasificación excesivamente rígida, demostrando que existían construcciones muy antiguas de piedras rectangulares –como el palacio de Coracora, del tiempo de Inca Roca– y que ambos estilos coexistieron en un mismo edificio en la época del apogeo incaico. De estas inducciones se desprendía que el Cuzco era una ciudad fundamentalmente incaica, sin antecedentes en el tiempo prehistórico. Los hombres, según la tradición imperial recogida por Garcilaso, habrían vivido, antes de Manco, entre ciénagas y breñales, en pueblos sin calles ni plazas, "como recogedero de bestias", en el valle del Cuzco, que estaba entonces "todo él hecho montaña brava".
La arqueología no ha podido despejar aún la niebla mítica que envuelve a piedras y relatos primitivos. Dos esfuerzos en la investigación han pretendido, sin embargo, hendir el pasado misterioso del Cuzco: el del doctor Luis E. Valcárcel, con sus excavaciones en la fortaleza de Sacsayhuaman en 1933 y 1934 y el del arqueólogo norteamericano John H. Rowe, en 1941, junto al templo del Sol y en Carmenca, donde halló el estilo preincaico cuzqueño denominadoChanapata.
La excavación de Valcárcel y su equipo arqueológico puso al descubierto gran parte de los baluartes y torreones de Sacsayhuaman descritos por Garcilaso, terrazas, galerías, explanadas y, particularmente, un sector de ruinas aledaño de Sacsayhuaman –la fuente bellísima de Tambomachay, la fortaleza en miniatura de Pucara, el laberinto de Lanlacúyoc y el grandioso ídolo del adoratorio de Quenco–, conjunto ciclópeo que constituyó, según Valcárcel, el recinto del antiguo Hanan Cuzco. En todos ellos sólo se encontró la cerámica inca de formas clásicas –conopas, queros, aríbalos– y colores opacos, grises, ocres y rojos oscuros. Tan sólo en la proximidad del antiguo torreón de Mullucmarca, en Sacsayhuaman, se halló un ceramio de clásica forma de Tiahuanaco, de colores brillantes y dibujos geométricos, que no basta para establecer un marcado estrato cuzqueño de esta civilización.
En sus excavaciones científicas Rowe logró romper el invulnerable circuito de lo preincaico –elPurun pacha de los Incas–, hallando tres clases de cerámica preincaica, que ha bautizado con los nombres de Chanapata clásico, Chanapata derivado y estilo Huari. El sitio de Chanapata se halla en las afueras del Cuzco, en la carretera a Abancay cerca a la parroquia de Santa Ana. Las vasijas extraídas del pequeño basural en el que subsisten, como restos de una pequeña población, algunos muros de piedra tosca y empedrados, son de color negro y dibujos incindidos en el estrato más lejano y se parecen a los estilos más antiguos de la costa peruana. Rowe les señala la fecha tope de 800 años antes de Cristo. El tercer estilo preincaico es el semejante al llamado Huari en la región de Ayacucho, con huellas del difundido estilo tiahuanacoide.

En el estrato netamente incaico Rowe señaló, aguzadamente, tres estilos de cerámica y de arquitectura, concordantes con las épocas históricas: un primer período provincial, al que corresponde la cerámica Quilque, el período Inca Imperial, al que corresponde el estilo Cuzco, y el período Colonial español, al que pertenecen muchos edificios tenidos por incaicos, como la casa de los seis pumas en Santa Teresa, en que, conservando el estilo incaico, se han adaptado ciertas reglas de arquitectura española. Rowe le llama el estilo Cuychipuncu.