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miércoles, 19 de febrero de 2014

El Cuzco de los Incas y el oro

El Cuzco de los Incas

EL MARCO GEOGRÁFICO

Ni la arqueología ni la historia han logrado hasta ahora arrancar a la naturaleza, ni a los restos materiales o humanos del pasado, el secreto de los orígenes del Cuzco. Este permanece, todavía, inexcrutablemente adherido a los dominios del mito y de la leyenda. No se ha determinado aún la circunstancia histórica precisa en que surgió a la vida histórica "la gran ciudad del Cuzco", el eje de la tierra andina, la urbe imperial de la América prehistórica meridional, cabeza de todas las ciudades del Virreinato austral bajo el régimen español y, en el refluir eterno de la grandeza, capital arqueológica de nuestro creciente panamericanismo científico y democrático.
La explicación del surgimiento y grandeza del Cuzco hay que inducirla de las permanentes sugestiones del marco geográfico. La vocación imperial del Cuzco nace, acaso, de su posición intermedia, topográfica y atmosférica, que condiciona las calidades del paisaje y del hombre y el destino social y urbano de la región. El Perú es, según Squier, un país de hoyadas próvidas, en medio de mesetas desoladas, de montañas nevadas, de gargantas profundas, murallas de cerros y de montes, de bosques y desiertos. En el fondo quieto y tibio de esas hoyadas de la costa o de la sierra, más templado que el árido terreno circundante, ha nacido la civilización. El Cuzco está en una de esas hoyadas de la puna en los Andes del Sur del Perú, entre la Cordillera Occidental y Oriental, más echado a la Oriental, entre las hoyas del Vilcanota y del Apurímac, en un límite isotérmico, geográfico y etnográfico que decide su destino nuclear.
La altura del Cuzco es ya la altura de la puna. Está a 3,350 metros rodeado de cerros nevados, en la parte más elevada del valle y en los declives de tres altas colinas donde convergen tres ríos –el Tulumayo, el Huatanay y el Chunchulmayo– como los dedos de una mano abierta. No obstante esta altura el clima es duro y severo, "fresco pero no frígido". Garcilaso, elogiándole, dice que el temple es más bien frío que caliente, pero no tan inclemente que obligue a buscar fuego para calentarse, porque basta entrar a un aposento donde no corra aire para perder el frío. En cambio, como el aire es frío y seco, no se corrompe la carne ni hay moscas. Y Sarmiento de Gamboa, haciendo el elogio de la tierra que aposentó a los Incas, dice que es "de enjutos mantenimientos e incorruptos aires". Y, anticipando lecciones de geopolítica sobre el marco geográfico del Cuzco, dice: "La tierra es escombrada, seca, sin lagos, ni ciénagas, ni montañas de arboledas espesas, que todas esas son causas de sanidad y por esto de larga vida para los habitantes". La tierra fértil y el aire sano predisponían, pues, antes de la historia, al surgimiento de un pueblo recio, grave y tenaz. El fondo del valle, que suaviza el clima, estimularía el desarrollo social.
La geografía regala también al Cuzco con una posición privilegiada para el mantenimiento de sus habitantes y el disfrute de los diversos dones de la tierra que pueden favorecer el surgimiento de un centro metropolitano. El Cuzco está rodeado de fértiles llanuras tributarias y de pastales propicios a la ganadería. En las tierras altas, donde el hombre vive en chozas con muros de piedra y techos de paja, donde la nieve condiciona la altura de los cultivos, donde crece la "tola", vegetación alpina y el hombre se alimenta de patatas, el poblador se dedica al pastoreo y vive aislado e ignorante de la civilización. En los altos valles secos, en los que alternan una estación seca y fría y otra caliente y lluviosa, aparece una débil vegetación de pequeños arbustos, de cactus, de chilcas y de molles, con sus bayas granates y su fronda sagrada, en tanto que, en el fondo del valle, fecundan el maíz, las papas, la quinua, la oca o los frijoles y, después de la colonización española, el trigo, la cebada, los guisantes. El poblador es, en esta región, durante el corto período agrícola, cuando no emigra a otros trabajos mineros o de la costa, agricultor y hombre de ciudad. Toda la vida del agricultor de esta zona y sus fiestas y sus costumbres están regidas por las dificultades del riego y la obtención de la única cosecha anual. Este hombre será el inventor de los andenes y los canales, la lucana (pico) y el huizo (azadón para apoyar el pie). La lucha por la civilización, que dará origen a la organización social y al Imperio, arranca de la sequedad del suelo y de los planes de cultivo e irrigación. La tierra del Cuzco es árida, sólo en apariencia, porque sus páramos son salados y el más leve contacto del agua o del estímulo humano la vuelve fecunda. Al Cuzco le proveen ampliamente de recursos las llanuras fértiles de Anta, del valle del Urubamba, los valles del Cuzco y de Sicuani y ahora las plantaciones de azúcar de Abancay. Los valles orientales sub-tropicales, inmediatos al Cuzco, situado en el borde de los Andes Orientales, le rendirán, también, como tributo imperial, la divina planta de la coca, que será lujo de la vida incaica.
Hay algo, sobre todo, que decide, en lo topográfico, la primacía y la calidad metropolitana del Cuzco y es su posición en un cruce de vías imperiales, por las que habrán de llegar los tributos de los granos, de la lana, de la coca y del oro. El Cuzco está no sólo en el límite del cultivo del trigo y la cebada y del frío seco de la sierra al inhospitalario de la puna, sino que está, también, en un cruce o palca promisorio de caminos y en un límite étnico entre el hombre de la serranía elpuna-runa y el sacha-runa u hombre de la selva. El Cuzco a la vez que hondón en el camino yugular de los Andes, de Norte a Sur, es una de las mejores puertas de ingreso a la selva de la región oriental. Ambas zonas, la selva y la sierra, se hallaron separadas en la época primitiva como ahora, por una muralla infranqueable de montañas, a la vez que por vetos étnicos y telúricos. El hombre de la sierra repudió al sacha-runa u hombre del bosque. Pero del Cuzco parten gargantas profundas que cortan y atraviesan la cordillera, por las que puede llegarse a la región tropical y que son puntos de acceso y de defensa. En las laderas y pendientes que bajan de la puna a la selva surgirán las ciudadelas incaicas de frontera que, como Macchu Picchu, Paucartambo, Pisac y Ollantaytambo, defenderán el avance de los hombres selváticos. El hombre de la selva hará de la madera su principal elemento de expresión en tanto que el de la sierra aprenderá el arte de la piedra. Esta oposición decidirá uno de los derroteros históricos y geográficos del Incario. El súbdito incaico, amante de la simetría y del orden, nacido en una tierra de clásica austeridad y equilibrio, rehuirá el bosque y el pantano, la maleza y el desorden y será un enemigo declarado del Trópico. La arquitectura incaica –dice el argentino Angel Guido– reflejará principalmente el ascetismo del paisaje andino, ajeno por completo al exceso y desequilibrio barrocos del Trópico.
Las fronteras del Imperio cuzqueño se detendrán al Sur, al Norte y al Este, en el momento en que las huestes incaicas, dominadoras de montes y mesetas, se enfrenten con la confusa maraña de los árboles y el húmedo y sofocante hálito del bosque tropical.
Pero el territorio y el clima confabulados le dieron aún al habitante del Cuzco otra presea de triunfo. Los suelos de la puna Sur –dice el gran geógrafo Troll– son de gran riqueza nutritiva y de pastos chicos, de los que se alimentan la llama y la alpaca. Debido a la llama –dice el mexicano Esquivel Obregón– el Perú avanzó un paso más que todos los países de América en la escala de la civilización, por cuanto la ganadería le apartó de una serie de formas rudimentarias de vida. El hombre dejó de ser bestia de carga y con la acémila humana desaparecieron la esclavitud y la antropofagia y disminuyeron los sacrificios humanos, rescatados en el Perú, como en otras partes, por la presencia del ganado. El Imperio incaico vencerá los desiertos y las cumbres al paso ligero de la llama.
A estos desiderata de orden físico habría que agregar los motivos de índole mágica y estética: el culto de las cumbres y el de la influencia solar. Para el hombre del altiplano, acostumbrado al rigor del frío y a la inclemencia del viento de la puna, para el que acaso resultaba demasiado muelle y sedante el fondo cálido de la quebrada, de las tierras llamadas desdeñosamente yunga, acaso si el sereno y ecléctico término medio, la áurea tranquilidad buscada cerca del aire frío y tonificante de la meseta, no estaba en la planicie demasiado abierta, sino en el corazón hermético de la serranía, en un áspero rincón del valle, sobre las laderas de las montañas, en las que el espíritu de la raza pudiera otear, como una utopía, a lo lejos, la perspectiva verde y alegre del valle, pero manteniéndose asido siempre a las rocas, en un afán de soledad y de ascetismo, como el de los nidos de los cóndores.
Este destino geográfico ascensional, este amor de las cumbres es consustancial con el alma del Cuzco y del hombre del Incario, que el forjó a su semejanza, que diviniza los cerros y otea el alma de las montañas, porque ellas le han dado lecciones de severidad y de majestad estoicas. Los cerros o las montañas formaron alrededor del Cuzco como una silenciosa hilera de guardianes a los que el quechua rendirá diaria y reverente pleitesía. Los nombres de los cerros adquirirán prestigio mítico y desde el Cuzco se venerará la cumbre nevada del Ausangate y el Sallcantay, del Pachatusan que sostiene el cielo y el Alperan, el cerro sobre el cual se pone el sol y donde se sacrificaba diariamente una llama, o el cerro Guanacaure, ligado a la leyenda sagrada de los Ayar.
Por ello, este afán de agarrarse a las breñas y de radicar en ellas la esencia de su espíritu, será consustancial con el alma incaica en los días de su mayor apogeo y cuando, en el auge de su civilización, el Cuzco abarque sierra y costa, subsistirá ese agreste destino y la costumbre atávica y señera de considerar "por más hidalgos y nobles" a los de la ciudad de arriba.
El oscuro e inconsciente anhelo de cimas no basta para explicar la decisión inicial. El Cuzco, como otras ciudades milenarias, debió nacer de los variados impulsos que deciden la vida del hombre primitivo, acechado por enemigos visibles e invisibles, defendiéndose y buscando la seguridad en sus armas y en los parapetos naturales de los riscos, pero atento siempre a las inspiraciones de lo sobrenatural y a las misteriosas interpretaciones anímicas del cielo y del contorno geográfico. Los primeros habitantes se cobijarían para defenderse bajo la mole del Sacsayhuaman, pero luego los atarían a la tierra la revelación sagrada de los mitos del Titicaca y de Paccarectambo. El Cuzco debió ser fortaleza y santuario, antes que mercado; debió nacer no de un determinismo rígido de leyes económicas, aún elementales y difusas –abundancia o escasez del ají o de la quínua– sino, más bien, por un fatum religioso y político que presidiría su destino con la ineluctabilidad de los grandes acaeceres históricos y que amarró a la mole del Sacsayhuaman y a la imagen del Inti o divinidad solar de los quechuas el destino de la América indígena meridional.
El Cuzco es, esencialmente, una ciudad de ladera. Rodeado de cerros por todas partes, no se sabe si baja del cerro de Sacsayhuaman al valle o si se ha colgado a la mole de él, en un declive. Partes del Cuzco están prendidas a la montaña y otras descienden en terraplenes y andenes, en una arquitectura típica y originalísima. Toda la historia del Cuzco –la del Hanan Cuzco, tortuoso y accidentado, como la del Hurin Cuzco, llano y rectangular– estará influida por esta posición topográfica. Las ciudades de ladera han sido establecidas principalmente teniendo en cuenta la luz, el sol. Los sociólogos apuntan que los pueblos de montaña escogen las laderas soleadas, las que primero reciben el sol, prefiriéndolas a las laderas sombrías. El Cuzco fue elegido así, teniendo en cuenta la presencia mágica del sol, el milagro cotidiano de la luz. Por eso, acaso, el transporte encendido de José María Arguedas: "Sólo a esa altura de los Andes es posible un valle con ese horizonte y esa luz". Y la comprobación poética del mismo, cuando habla del "cielo de ilimitada hondura, escenario de resplandecientes tránsitos de luz, de esos cambios de claridad y sombra, de fuego dorado y sangriento, con grandes pozos de lobreguez insondable, propios de las regiones altas: abierto e irrenunciable camino a la meditación y a las inmortales empresas".
El Cuzco fue, así, predestinado por la naturaleza para servir de nido caliente de una cultura, de cruce de caminos, crisol de pueblos, acrópolis india y cuadrante de una historia solar.

EL ENIGMA ARQUEOLÓGICO
Discuten los historiadores el origen y la antigüedad de los primeros pobladores del Cuzco anteriores a los Incas, a base de los restos arqueológicos, de las huellas lingüísticas, de la toponimia y de la remota tradición oral recogida por los cronistas españoles. La investigación arqueológica ha dado, hasta ahora, escasos resultados por la superposición en el mismo sitio de las poblaciones preincaica, incaica y española. Para hacer una amplia búsqueda habría que derribar lo incaico subsistente o lo hispánico acoplado a lo incaico o realizar obras mayores de apuntalamiento, que no justificarían seguramente los hallazgos. La pala de los arqueólogos no ha hallado, por lo general, en el recinto del Cuzco y sus lugares aledaños, sino restos característicos de la cultura incaica. Todo lo monumental y espectacular de la región del Cuzco hallado por los españoles –las piedras ciclópeas de Sacsayhuaman, de Ollantay-tambo o de Macchu Picchu– es, según los arqueólogos más autorizados, de época y estilo incaicos.
Los viajeros del siglo XIX distinguieron en los antiguos monumentos del Cuzco y en los de la órbita incaica dos estilos: el estilo ciclópeo o de mampostería de piedras irregulares de gran tamaño, sólidamente encajadas en muros de aspecto imponente y el estilo de piedras rectangulares de forma acanalada, ligeramente convexa y cortada en sesgo hacia los bordes, de modo que se produzca una acanaladura entre los bordes perfectamente ensamblados. Es la mampostería que Humboldt comparó con el corte de piedra llamado bugnato por los italianos y que ostentan las piedras del muro de Nerva en Roma y del palacio Pitti en Florencia. Hubo la tendencia a considerar el estilo ciclópeo, indiscutiblemente más primitivo e incipiente e indiciario de un escaso desarrollo arquitectónico, como más antiguo que el de las piedras isógonas. Markham señaló cinco estilos: primitivo, ciclópeo, poligonal, rectangular almohadillado y pulido isógono. Uhle sugirió que los muros de piedras irregulares y poligonales señalarían el estilo originario del Cuzco. Muestras de esa primitiva arquitectura serían los muros de Colcampata, llamado el palacio de Manco Cápac, los del muro llamado de Hatunrumiyoc o piedra de los doce ángulos, el templo de Pumapuncu –anterior al del Sol, según Cobo– y los muros y andenes de Sacsayhuaman, que debieron ser el primitivo Intihuasi. Fuera del Cuzco corresponderían a este estilo, según Uhle, el templo de Viracocha en Cacha, el templo del Sol en Huaitará y algunas partes de Ollantaytambo. Pertenecerían a este arte de aspecto gigantesco y caótico estructuras internas de prestigio sibilino y esotérico: galerías subterráneas, terrazas superpuestas, escaleras, escondrijos tallados, capillas e hipogeos. Pero la propia observación del área urbana subsistente del Cuzco incaico desbarató la clasificación excesivamente rígida, demostrando que existían construcciones muy antiguas de piedras rectangulares –como el palacio de Coracora, del tiempo de Inca Roca– y que ambos estilos coexistieron en un mismo edificio en la época del apogeo incaico. De estas inducciones se desprendía que el Cuzco era una ciudad fundamentalmente incaica, sin antecedentes en el tiempo prehistórico. Los hombres, según la tradición imperial recogida por Garcilaso, habrían vivido, antes de Manco, entre ciénagas y breñales, en pueblos sin calles ni plazas, "como recogedero de bestias", en el valle del Cuzco, que estaba entonces "todo él hecho montaña brava".
La arqueología no ha podido despejar aún la niebla mítica que envuelve a piedras y relatos primitivos. Dos esfuerzos en la investigación han pretendido, sin embargo, hendir el pasado misterioso del Cuzco: el del doctor Luis E. Valcárcel, con sus excavaciones en la fortaleza de Sacsayhuaman en 1933 y 1934 y el del arqueólogo norteamericano John H. Rowe, en 1941, junto al templo del Sol y en Carmenca, donde halló el estilo preincaico cuzqueño denominadoChanapata.
La excavación de Valcárcel y su equipo arqueológico puso al descubierto gran parte de los baluartes y torreones de Sacsayhuaman descritos por Garcilaso, terrazas, galerías, explanadas y, particularmente, un sector de ruinas aledaño de Sacsayhuaman –la fuente bellísima de Tambomachay, la fortaleza en miniatura de Pucara, el laberinto de Lanlacúyoc y el grandioso ídolo del adoratorio de Quenco–, conjunto ciclópeo que constituyó, según Valcárcel, el recinto del antiguo Hanan Cuzco. En todos ellos sólo se encontró la cerámica inca de formas clásicas –conopas, queros, aríbalos– y colores opacos, grises, ocres y rojos oscuros. Tan sólo en la proximidad del antiguo torreón de Mullucmarca, en Sacsayhuaman, se halló un ceramio de clásica forma de Tiahuanaco, de colores brillantes y dibujos geométricos, que no basta para establecer un marcado estrato cuzqueño de esta civilización.
En sus excavaciones científicas Rowe logró romper el invulnerable circuito de lo preincaico –elPurun pacha de los Incas–, hallando tres clases de cerámica preincaica, que ha bautizado con los nombres de Chanapata clásico, Chanapata derivado y estilo Huari. El sitio de Chanapata se halla en las afueras del Cuzco, en la carretera a Abancay cerca a la parroquia de Santa Ana. Las vasijas extraídas del pequeño basural en el que subsisten, como restos de una pequeña población, algunos muros de piedra tosca y empedrados, son de color negro y dibujos incindidos en el estrato más lejano y se parecen a los estilos más antiguos de la costa peruana. Rowe les señala la fecha tope de 800 años antes de Cristo. El tercer estilo preincaico es el semejante al llamado Huari en la región de Ayacucho, con huellas del difundido estilo tiahuanacoide.

En el estrato netamente incaico Rowe señaló, aguzadamente, tres estilos de cerámica y de arquitectura, concordantes con las épocas históricas: un primer período provincial, al que corresponde la cerámica Quilque, el período Inca Imperial, al que corresponde el estilo Cuzco, y el período Colonial español, al que pertenecen muchos edificios tenidos por incaicos, como la casa de los seis pumas en Santa Teresa, en que, conservando el estilo incaico, se han adaptado ciertas reglas de arquitectura española. Rowe le llama el estilo Cuychipuncu.

jueves, 2 de enero de 2014

La raza mochica y el oro

El oro y el lugar de raza mochica
Se cuenta que uno de estos agricultores de Santiago de Cao tenía una chacra para el sembrío; a la margen del terreno se levantaba una inmensa huaca, hechura de los antiguos pobladores de lugar de raza mochica (aquí se refiere a la huaca Partida); pues valiosos son los restos dejados por los indígenas moradores diseminados por los contornos del valle. La huaca permanecía como un elevado montículo de tierra y adobes milenarios sin que el poseedor de las tierras tuviera la curiosidad de averiguar qué contenía en sus profundidades ni advertía ningún misterio; la gran huaca permanecía inconmovible ante la indiferencia del dueño.
La huaca Partida de donde se cree salía o entraba el carretón de oro. Vean el orificio al centro.
Cierto día, movido por el interés de ver el contenido de la huaca, el agricultor se acercó a ella y empezó a examinarla, abrió un forado y penetró muy cerca de las misteriosas habitaciones en la profundidad del arcaico monumento; cual no sería su sorpresa que en el interior de una inmensa habitación revestido de un material que parecía espejos que proyectaban luces en diversas direcciones, al centro de la gran sala permanecía una enorme carreta de oro atada a una yunta de toros también de oro con su gañán (un indígena ataviado de luminosas vestiduras del mismo rico metal). Al contemplar esta valiosa carreta que significaba inmensas riquezas, el agricultor tuvo el temor de penetrar cerca del hallazgo y retornó a la población para avisar a sus compadres y concurrir juntos a la huaca para extraer el valioso tesoro.
La noche había caído en el valle, las sombras habían cubierto el paraje; ayudados por linternas lograron llegar cerca de la huaca que se destacaba en la oscuridad. Cuando estuvieron muy cerca y divisaron el carretón de oro, sucedió un acontecimiento mágico, el gañán despertó de su encantamiento, aguijoneó la yunta y emprendió veloz retirada con dirección a la Huaca Prieta (obra del Hombre de Huaca Prieta que es más antiguo que los hombres mochicas) donde se internó sin dejar ninguna huella. El recorrido de una huaca a la otra se hizo en medio de una intensa luminosidad irradiada por el oro en contacto con el cielo estrellado, y todo el valle permaneció unos instantes iluminado hasta que el carretón se sepultó en las profundidades de la huaca.
En la mente de los que vieron aquel misterioso carruaje aparecido, cuenta la tradición, empezaron a trabajar durante la noche para buscar el preciado tesoro escondido en la huaca Prieta. Muchas semanas y hasta meses demoraron para abrir alguna trocha y tratar de penetrar a las entrañas del monumental resto arqueológico que aún se mantiene intacto junto al mar. Algunas huellas de excavaciones hechos por los huaqueros han deteriorado parte de este monumento histórico.

Después de meditar ante la riqueza que se ofrecía a su vista optaron por acercarse más donde se encontraba el famoso Carretón de Oro, y cuál no sería la sorpresa de los buscadores de tesoros que se repitió el acontecimiento; el gañán despertó de su encantamiento, aguijoneó la yunta se desplazó por sobre los descubridores como visión alada alejándose con dirección al mar. Los presentes vieron que el carretón arrastrado por la yunta y dirigida por su gañán, abrió un amplio camino entre las aguas….y se perdió en la inmensidad con dirección a la isla Macabí en el océano Pacífico.
Un atardecer en la playa El Brujo donde, según esta versión, el carretón partió de la huaca Prieta con dirección al mar de Grau.

…...La superstición pueblerina piensa que aquel encantado botín significa la riqueza del pueblo que algún espíritu beneficio quiso entregarle a la persona que había realizado muchos beneficios a los humildes y se había purificado ante los altares del Supremo Hacedor (Dios). Su descubrimiento por alguien que no merecía recibir tanta fortuna fue causa para que se perdiera en la inmensidad del mar y se mantenga en el encanto.

….El carretón: significa la riqueza de la tierra, la yunta: el esfuerzo por conseguir el progreso: y el gañán: el trabajador infatigable para las tareas agrícolas. Se descubra a los ojos de los habitantes del lugar que la negligencia acarrea atrasos y que sólo el trabajo constituye el principal móvil para alcanzar el desarrollo y el progreso.

lunes, 9 de diciembre de 2013

la leyenda del coricancha

EL CORICANCHA: CERCO DE ORO
De la época de Pachacútec y sus sucesores proviene el esplendor áureo del Cuzco que deslumbró a los españoles. El templo del Sol se reviste de una franja de oro de anchor de dos palmos y cuatro dedos de altor, que destella sobre la traquita azul de la piedra severa. El disco del Sol era, según el inédito Felipe de Pamanes, "de oro macizo, como una rueda de carro". La estatua del Sol, llamada Punchao, con figura humana y tamaño de un hombre, obrada toda de oro finísimo con exquisita riqueza de pedrería, su figura de rostro humano, rodeada de rayos, era también maciza. De oro se hacen los ídolos pares del Sol, Viracocha y Chuqui-Illa, el relámpago, y las dos llamas o auquénidos de oro –corinapa–, que con las dos de plata –colquinapa– recordaban la entrada de los Ayar al Cuzco. De chapería de oro profusa –llamada llaucapata, colcapata y paucar unco– estaban cubiertas las imágenes áureas de las divinidades femeninas Palpasillo e Incaollo y las momias de los Incas, desde Manco a Viracocha, puestas en hilera frente al disco del Sol. Pachacútec manda guarnecerlas también con el metal divino: cúbreselas con máscaras de oro, medalla de oro o canipa, chucos, patenas, brazaletes, cetros a los que llaman yauris o chambis, ajorcas o chipanas y otras joyas y ornatos de oro.
Las paredes del templo del Sol, que según algunos cronistas tenían en las junturas de sus piedras oro derretido, se revisten enteramente como de tapicería, de planchas de oro y el Inca, todopoderoso, manda que los queros o vasos sagrados, los grandes cántaros o urpus, los platos en que comía el sol o carasso y los wamporos o grandes odres o trojes de oro y plata para la chicha solar, se funden en oro. La feería mayor del templo –que pareciera relato de las mil y una noches, si la contaran únicamente cronistas tan parcos como Cieza y Cobo y no constase por inventarios del botín de Cajamarca–, era el jardín del Sol, en el que todo era de oro: los terrones del suelo, sutilmente imitados; los caracoles y lagartijas que se arrastraban por la tierra; las yerbas y las plantas; los árboles con sus frutos de oro y plata; las mariposas de leve y calada orfebrería, puestas en las ramas, y los pájaros en árboles, que parecía –dice Garcilaso– como que cantaban o que estaban volando y chupando la miel de las flores; el gran maizal simbólico con sus hojas, espigas y mazorcas que parecían naturales; la raíz sagrada de la quinua y, para completar el ilusorio cuadro, veinte llamas de oro con sus recentales y sus pastores y cayados, todos vaciados en oro. El metal solar es, para los Incas, el mayor tributo que puede ofrecerse a los dioses; y, "como en las divinas letras, dice el padre Acosta, la caridad se semeja al oro", esta costumbre elimina la de los sacrificios humanos o la reduce a mínimo por el destino redentor del oro.
En el Cuzco se cumple también el doble sino del oro que purifica y salva, pero que, a la vez, precipita el ritmo del tiempo, acorta el placer y la efusión de la vida y acelera el momento de la catástrofe liberadora. La canción del oro relaja las fuerzas vitales del Incario y enerva su energía guerrera. Rompe también la solidaridad social, porque el goce del oro, siempre esquivo, constriñe a crear restricciones y diferencias jerarquizantes. El oro, que fue, en los primeros tiempos, atributo mítico y divino de los Incas y de los homenajes al Sol, se convierte en un privilegio de la casta militar y sacerdotal. El oro es requisado celosamente por el Estado, como perteneciente al Inca y al Sol, y Túpac Yupanqui ordena prender a los mercaderes que traían oro, plata o piedras preciosas y otras cosas exquisitas, para inquirir de dónde las habían sacado y descubrir así grandísima cantidad de minas de oro y plata. Y, en pleno apogeo incaico, se dicta la ley que ordenaba "que ningún oro ni plata que entrase en la ciudad del Cuzco della pudiese salir, so pena de muerte". El Cuzco, con su templo refulgente y sus palacios repletos de oro, recibiendo cada año de las minas y lavaderos 15 mil arrobas de oro y 50 mil de plata y las cargas de oro y piedras preciosas de todos los ángulos del Imperio, vino a ser, por obra del tabú imperial como un intangible Banco de Reserva de la América del Sur.

orfebreria chimu

ORFEBRERÍA CHIMÚ
Los más sensacionales y reveladores hallazgos de oro precolombino en el Perú han sido en el presente siglo los del alemán E. Brüning, en el cerro de Zapame y los de Batán Grande e Illimo en 1937, ambos cerca de Lambayeque. Los hallazgos de Brüning comprueban un arte metalúrgico refinado y primoroso. Al lado de los vasos negros, de la etapa Chimú, que revelan una decadencia de la cerámica, surgieron joyas como la araña de oro con huevos de perlas, con adorno emplumado de cabeza, que recuerda, según Doehring, figuras toltecas; chapas de oro con figuras humanas o cabezas humanas que salen de cabezas de animales, como los dioses Anahualli mexicanos, y figuras de peces y otros animales. En la huaca de la Luna, en Moche, halló don Manuel Pío Portugal otro tesoro, con tupus, pectorales, collares, campanillas, estólicas, flautas, máscaras de zorro y coronas con laminillas colgantes, que han integrado diversas colecciones. Los hallazgos de Batán Grande se incorporaron en parte al Museo de la Cultura, en Lima, y en ellos figura, como pieza del mayor valor artístico representativo del arte Chimú, eltumi o cuchillo ceremonial de oro laminado, de 43 cm y 1 kg de peso, engastado con turquesas, que se exhibe en dos ejemplares extraordinarios: uno existente en el Museo Nacional de Antropología y Arqueología, y otro, que se reproduce por primera vez en este libro, con brazos abiertos y ligeramente trunco. Es, posiblemente, el dios o señor principal de la región, con sus atributos jerárquicos. Algunos han querido ver en él al legendario caudillo Naym-Lap, que insurgió en la costa de Lambayeque, con un séquito oriental, en la época pre-inca, según el novelesco relato del clérigo trashumante.
Ciertas joyas revelan la excepcional pericia y el gusto artístico finísimo de los orfebres del Chimú. Squier describe un grupo argentífero formado por un hombre y dos mujeres, en un bosque representado con gracia y discreción y sentido de la armonía, en el que la representación de un retorcido tronco de algarrobo, descubre el sentimiento del paisaje en el artífice indio. Otro grupo escultórico, en plata, visto por el mismo viajero, fue el de un niño meciéndose plácidamente en una hamaca, junto a un árbol, por el que sube, sigilosamente, una serpiente, mientras que al lado, arde una hoguera. Estos grupos, dice Squier, revelan pericia en el diseño, en el modelado y fundido y acaso el conocimiento del molde de cera. La araña de oro del cerro de Zapame, las chapas de oro, con figuras zoomorfas, las mariposas alígeras de Wiener y los tumis ceremoniales de Illimo, representan el ápice de la joyería estilizada y barroca del arte aurífero peruano.
Todo el esplendor de la industria metalúrgica costeña fue anterior a los Incas. Es ya axioma arqueológico que los descubrimientos técnicos de los aurífices yungas –como la aleación del oro nativo y de la plata bruta y las aleaciones cuproargentíferas–, así como los primores de la orfebrería costeña, fueron asimilados tardíamente por los Incas, en el siglo XV, al conquistar el litoral. Arriesgados etnólogos y arqueólogos sostienen aún que el arte metalúrgico del Chimú se propagó a la región del Ecuador y alcanzó a Guatemala y a México, donde Lothrop ha hallado discos de oro del estilo Chimú medio y reciente en Zacualpa y una corona de oro emplumada con decoración Chimú y discos del último período de esta cultura.

jueves, 5 de diciembre de 2013

¿DE DÓNDE PROVIENE LA ALQUIMIA?

¿DE DÓNDE PROVIENE LA ALQUIMIA?
La Alquimia es un arte tan antiguo como la propia humanidad. Su nacimiento (este incierto nacimiento de todas las cosas tan antiguas que pueden fijarse los condicionamientos históricos y geográficos que las motivaron, pero nunca una fecha exacta) puede fijarse dentro de la primera "industrialización" de la humanidad primitiva. Cuando los primeros pobladores del mundo dejaron de preocuparse exclusivamente de sobrevivir, y empezaron a reunirse en comunidades, surgió lo que se ha dado en llamar la primera civilización urbana.
Fue en su seno donde nacieron los primeros oficios, aparte la agricultura y el pastoreo: la carpintería, la metalurgia, la alfarería, la fabricación de tintes y colorantes... Sus técnicas eran simples pero funcionaban. No existía una ciencia como tal: los métodos no habian sido fruto de la investigación, sino de la casualidad y de la observación de la naturaleza. Y en todos ellos se hallaba presente la magia... esa magia característica de los pueblos primitivos de la humanidad, que quería que cada elemento común al hombre tuviera su dios particular, tanto en las cosas del cielo como en las de la tierra. Por eso, al igual que había los dioses de los elementos comunes al hombre: los metales, las piedras, los elementos, había también en el cielo los dioses de los planetas... de los que nacería, más tarde, la Astrología. Y la Alquimia, como todo el resto de la Magia, se halla también íntimamente ligada a la Astrología.
Sobre esta base se fundamentaron los 3.000 primeros años de historia antes de Cristo... y también los 3.000 primeros años de Alquimia.
Al principio se trata, por supuesto, tan sólo de una Alquimia infusa, que ni siquiera merece el nombre de tal, y que está basada en una serie de ideas puramente intuitivas: la unión de dos metales produce otro distinto, el tratamiento de un metal puede hacer variar su color y sus características... todos estos fenómenos eran fácilmente interpretados por los antiguos como transmutaciones, no como distintas apariencias de un mismo metal. Y esto, naturalmente, se puede aplicar a todos los metales, incluso los considerados como preciosos.
El oro, naturalmente.
Así empieza a desarrollarse el embrión de una idea, de la que nacerá después el primitivo espíritu de la Alquimia: la de "aumentar" el oro, la de conseguir cambiar otros metales en oro... ya que el oro es el metal precioso por naturaleza, el metal noble por naturaleza, y uno de los más codiciados también.
Las primeras huellas de la Alquimia aparecen ya en Mesopotamia y Egipto. El documento más antiguo sobre el particular se considera que es un edicto chino del año 144 antes de Cristo, en el cual el emperador Wen castigaba con la pena de ejecución pública "a los monederos falsos y falsificadores de oro", puesto que, según los comentaristas contemporáneos del edicto, últimamente se había registrado la fabricación de mucho "oro alquímico", que no era en realidad tal oro. Otros historiadores de la Alquimia afirman por el contrario que el libro más antiguo sobre el particular es el griego Physika, de Bolos emácrito, escrito aproximadamente en el 200 antes de Cristo, y en el que se describe cómo fabricar oro, plata, gemas y púrpura, con fórmulas y recetas obtenidas de otras fuentes más antiguas procedentes de Egipto, Persia, Babilonia y China.
Pero aunque fuera ya conocida de los egipcios y de los griegos, es a través de los árabes que la Alquimia toma su forma definitiva, a través de la cual pervivirá durante tantos siglos y llegará hasta nosotros. A ellos se debe incluso su propio nombre, ya que la palabra Alquimia proviene del vocablo árabe al-Kimia, en el que la partícula "al" es el artículo definido mientras que "Kimia" significa arte, por lo que cabrá traducir la etimología de la palabra como "El Arte"... lo cual, como hemos dicho ya, era precisamente para muchos alquimistas: el Gran Arte o Ars Magna.
A través del Islam, la Alquimia toma su forma concreta, y en esta situación llega a Europa para iniciar su gran expasión que durará, desde el siglo XII, hasta finales del siglo XVII, en el que Boyle, con su famosísima "The Sceptical Chymist", marcará el inicio de una muerte que sobrevendrá de una manera definitiva (al menos públicamente) con la llegada del racionalismo y el creciente fervor por la ciencia. Pero, durante estos siglos, la Alquimia conocerá su Edad de Oro. En Francia, en Alemania, en Inglaterra, en Escocia... surgirán nombres que pasarán a la posteridad como grandes alquimistas: Alberto Magno, Roger Bacon, Flamel, Helvetitus... Reyes, papas, grandes personajes históricos, se ocuparán de ella, la protegerán, e incluso la practicarán: Carlos II, Isaac Newton, Santo Tomás de Aquino...

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Pictograma egipcio perteneciente a la 21ª Dinastía, extraído del papiro de Nestanbanshru, y que muestra a Tehuti (el dios Thot) de pie ante Ra Hormachis llevando los símbolos de la creación sobre la cabeza. A través de la historia de la alquimia, el dios Thot fue identificado con Hermes Trismegisto.
 

sábado, 9 de noviembre de 2013

El otro tesoro: El Coricancha.

El otro tesoro: El Coricancha.

Palabra Quechua que en castellano significa Cerco o Jardín de Oro. En 1535, después de quebrar la resistencia Inca y masacrar la población del Cuzco, fue saqueado y destruido lo que era el máximo templo Inca dedicado al Sol, El Coricancha. En este caso, hasta por su nombre, era obvio que paredes enteras del templo estaban cubiertas de oro, plata y piedras preciosas. Tenía también una gigantesca representación en oro del dios máximo Inca, el Sol (Inti) y otra, de proporciones similares, en plata, representando a la diosa Luna (Quilla). En el Coricancha reposaban las momias de los Monarcas Incas acompañados de sus tesoros. Reposaban en un jardín artificial (nuevamente, llévese en cuenta el otro significado del nombre Coricancha) constituido por esculturas que representaban, en tamaño natural, animales (por ejemplo llamas)  y plantas hechas de oro y plata adornados con piedras preciosas. Todo el mundo conoce esa historia como también que la ignorancia, barbarie y codicia de los conquistadores fue tal que todas esas maravillas fueron  fundidas, transformadas en lingotes para facilitar su transporte destruyéndolas al punto de no dejar casi nada generándose  así, por mucho tiempo, la idea de que los Incas y las otras Civilizaciones del Mundo Andino no sabían esculpir.
Por segunda vez los europeos encontraron literalmente una montaña de oro El oro y tesoro de los Incas era una realidad objetiva y por tanto tenía que existir, así debían razonar los muy codiciosos conquistadores, otro lugar con tesoros aún más grandes: